Análisis del silencio en la obra La instrusa de Maurice Maeterlinck

La flor negra

El mejor beso, dicen, es el que nunca se ha dado. Porque se desea, se idealiza; no puede definirse. Como la muerte, ¿quién ha vuelto para contarnos lo que se siente? Esa es nuestra espera eterna hasta que deja de serlo… morir.

Y mientras esperamos, nos dejamos la piel y la vida hablando. Nos apuramos en manifestar nuestra existencia poniéndole nombre a todo; usamos la palabra para mostrar que estamos vivos.

Tememos a la ausencia del sonido, la voz,  la palabra. Porque el silencio es tan denso, tan oscuro en ocasiones, que despierta las bestias de nuestro subconsciente. Y entonces, un desasosiego frío nos abraza, la flor se vuelve negra y se agita acompasada con nuestros latidos; esperando algo que no podemos describir pero que, tenemos la certeza, ocurrirá.

El silencio

En La Intrusa, Maeterlinck nos regala una partitura poética en la que los silencios marcan el ritmo. Para el dramaturgo belga el silencio se clasificaba en activo (positivo) y pasivo (negativo). Cada uno tenía un propósito específico: la comunicación y la pausa, respectivamente. George Steiner, asegura que

el poeta busca refugio en el mutismo. Y entonces, el impulso ascendente, la verbalización de lo que hasta entonces era incomunicable se presenta con un milagro de simplicidad. Es como si la gracia de la significación divina fuera tal que, ante la persuasión del poeta, pudiera traspasar nuestras más naturales, nuestras más prosaicas imaginaciones.

El autor de La Intrusa deja reposar en el silencio las posibilidades más trágicas, y a veces las esperanzas de que no se materialicen aquéllas. Y no me refiero sólo a los silencios que el espectáculo ofrece al espectador, sino también a los que los personajes atraviesan voluntariamente: el silencio de la intuición.

Gérard Dessons atribuye al descubrimiento de la fotografía y los Rayos X (germen también del que sería el teatro expresionista) esa inquietud de Maeterlinck por hacer escuchar lo invisible. Pero, ¿cómo se dice el silencio? ¿Con qué otras palabras, más exactas aún, puede el padre de una mujer moribunda definir su incertidumbre?

         EL ABUELO: ¿Quién es?

         LA HIJA: No sé, no veo a nadie

         EL TÍO: Es que no hay nadie.

         LA HIJA: Debe haber alguien en el jardín; los ruiseñores se han callado de pronto.

Representar el silencio

Para Maurice Maeterlinck -en nuestra obra de análisis-, lo que no se dice importa más que lo que aporta un diálogo superficial. Tenemos el cuadro perfectamente pintado con la acotación inicial y las didascalias que los personajes aportan con sus parlamentos. Está claro que algo va a ocurrir, y aunque intuimos qué, no podemos evitar estremecernos durante la sucesión de imágenes.

Pero hay una diferencia entre leer el trabajo de Maeterlinck y ver su representación teatral, sobre todo hablando de teatro simbolista. ¿Cómo se logra la representación del silencio? Y me refiero al silencio que él llama activo -el que comunica-, y no a la mera pausa entre parlamento y réplica.

Como actor, se me antoja un trabajo interpretativo más coral que individual. Sobre todo porque el elenco tendría que estar al servicio de un drama estático en donde la acción importa menos que la atmósfera. Se está en la escena esperando, sufriendo el desasosiego; y no persiguiendo un deseo individual. Si hubiera oportunidad de desear algo, sería que pasara la incertidumbre, y que pasara pronto.

La ceguera

Otro aspecto que considero destacable en La intrusa, es el silencio de la ceguera. Recordemos que el simbolismo se encarga de lo inefable, querer explicar con palabras lo inexplicable. Maeterlinck asevera que hay palabras ciegas, que no aportan sino miedo. Por lo tanto, hablamos de palabras ciegas y mutismo. Hablamos de silencio a pesar del diálogo.

Esto lo vemos representado en dos personajes con carácter pragmático: EL PADRE y EL TÍO. El dramaturgo dota a estos de una ceguera espiritual: el alma se ensordece voluntariamente y se ciega por miedo a lo desconocido. Y, paradójicamente, es el personaje ciego quien mejor ve. Es por eso que EL ABUELO se convierte en el héroe simbolista de esta obra. Lleva en su ceguera una imposibilidad, pero su alma trasciende sus sentidos y le repite continuamente: hay algo y está aquí.

Paradoja

Resulta curioso que Maeterlinck fuera tan reticente a la representación de algunas de sus obras, alegando que en muchas ocasiones es el actor quien le da muerte al precioso silencio del texto. Es como  concebir que Baudelaire impidiera que su poesía fuera leía. Siendo que los versos malditos cobran vida al leerse, por la musical que el verso representa. ¿Existiría el drama maeterlinckeano sin actor?

Quizá de ahí le venía a Maurice esa idea de sustituir al intérprete de carne por una marioneta. Especulo con la idea, solamente. Habrá que preguntárselo en el infierno.

Aún no podemos asegurar que la muerte de nuestros cuerpos sea la vida de nuestras almas. Ese beso aún no dado. El día que lo sepamos, no seremos más que un susurro en los oídos de los nuestros. Estaremos muertos, y entonces querremos hablar. Explicar a qué saben la tierra y las cenizas.

Acariciaremos los cabellos de los vivos susurrando estoy aquí.

Pero sólo habrá silencio.

 

Ricardo Mena Rosado.