Una buena prostituta se prepara;
se da un baño y se lava.
Es merecedora de poemas,
fuma puros.
Una buena prostituta, mantiene el cuello erguido mientras aguanta las piedras, que llueven de manos infantiles.
Y ni uno solo de los insultos le ensucia más que el lodo las enaguas.
Una buena prostituta queda viuda del poeta y aun así sigue cobrando.

Porque es buena. Porque han salido de sus flujos los influjos.
Y porque nunca fue una moneda de su mano a la del capataz.
Porque no es furcia de burdel, no es ramera de caminos.
Es la Venus negra que, aun viuda de amante, obtiene ganancias de vender sus manuscritos.

Aquellos que no incendió para encender sus puros.
Una buena prostituta, será escoltada al cementerio por una corte de muchachas apesadumbradas.

Porque, hasta el fin de sus días, por un módico precio, seguirá propagando la sífilis bodeleriana.
Y almas de garganta rota le harán corridos.

A ella, a la buena prostituta.

¿A ti quién te va a cantar, si le pagas a Instagram por un escaparate donde enseñar las nalgas?

¿A ti quién te va a llorar, si para vender un manuscrito has de saber -mínimamente- el alfabeto?
A ti nadie, mi amor. A ti, nadie.
Tú, de la buena prostitución, sabes poco.

Tú eres, en resumidas cuentas, una mala puta.
Corrijo, un mal puto.

 

 

 

 

 

Ricardo Mena Rosado