Anoche tuve una pesadilla que me despertó. Un hombre me ponía una navaja en la yugular. Yo podía sentir que el metal no estaba afilado y, por un instante, no tuve miedo. Pero luego bajó lentamente la cuchilla hasta mi estómago y la hundió sin prisa. Después de unos segundos, sentí el calor de mi sangre negra brotando de mi abdomen.

El atacante abandonó la escena de prisa. El resto de hombres testigos permaneció sin hacer nada, mirando cómo me desangraba. Llamen a una ambulancia, por favor, supliqué. Pero nadie hizo nada.

Para evitar la muerte, mi mano empezó a frotar mi abdomen, intentando curarme, borrar lo sucedido. Ese movimiento repetitivo, la caricia desesperada, me despertó. Volví a dormirme enseguida, con la misión de cambiar el rumbo de las cosas

Se repitió la escena en mi sueño, pero antes de que el hombre llegara a enterrarme su navaja, reventé su cráneo con un golpe de mi cabeza. Estalló el globo sostenido por sus hombros con un golpe seco, vi cómo saltaban sus ojos y sus sesos, esparcidas sus ideas sobre la mesa. A salvo, siendo yo el asesino, me escurrí bajo la mesa y hui.