Cadáver exquisito

-de allá por 2014, puede ser-

 

Era una mujer sin ningún tipo de dientes. Aun así era atractiva y lo sabía. Lo que ignoraba era el poder que residía en su interior. Siempre le preocupó la opinión de sus amigos, familiares y vecinos. ¿Qué haré con las miradas que se clavan buscando la parte más fina de mi carne?

Decidió cortarse el cabello y hacer que su trenza cayera al suelo. Un anciano que caminaba a su lado se pegó un ostión que pa qué. Pero se levantó de un salto y le agarró del brazo. Tiró fuerte de él y lo llevó hasta su casa. Ahí le chupó todo: su tiempo, sus ganas, su sexo. Después bebieron café pero las tazas se enfriaron mientras se miraban.

-Me encantaría que te atragantaras para  no tener que escucharte más, -dijo  ella finalmente.

-¿Quién coño es ese? –inquirió el anciano al ver a un mulato de 20 años cruzar el salón.

-Es  mi amante y llevo acostándome con él cinco años. Los mismos que llevas tú sin dormir en la cama, porque ese idilio que tienes con tu hamaca te trastorna.

-Deberías probar la hamaca para ahorcarte. Porque parece de todo menos un columpio.

Siguieron hablando de columpios hasta la media noche. Solo pararon para descansar en el porche. Aquella noche las temperaturas no bajaron de 26ºC y nadie pudo conciliar* las manitas de puerco que habían robado en el mercado. En realidad las robaron por robar, porque no tenían hambre ninguna. ¿O puede ser que con la jama de los porros, ansiedad genética proveniente de la línea materna…?

-Siempre quise ser huérfana para no tener que aguantar todos y cada uno de tus reproches.

Al escuchar esto, el otro se lanzó sin red y le dijo:

-Te vas a ir ahora, pero con rumbos de la chingada. Unos tres días seguidos, mejor.

 

 

*cocinar fue la palabra leída por el escritor en turno.

 

 

 

Nota: rescaté este texto -editando un par de detalles- por conservar este maravilloso ejercicio con hecho con dos grandes artistas Boza Moriana y María Cazenave, escribiendo a turnos conmigo.