Estaremos frente a frente en la terraza del bar, con ganas locas de abrazarnos, acariciarnos y olernos muy cerca. Pero vamos a dudar y seremos torpes en nuestros movimientos. Tendremos agujetas  en los brazos y parálisis en los labios cuando intentemos besar.

Y esa duda en la terraza, mientras nos traen la cerveza y el vermut, ese momento de titubeo absurdo nos hará sentir ridículos, robóticos, colwnescos y tendremos el impulso de reírnos pero vamos a llorar.

Por todo lo que murió. No solo la carne. También el éter.

Los paseos que no dimos, el sexo que cancelamos, los bares que no cerramos. El sol en la playita, la feria, la lluvia en la montaña, el festival de verano, el partido de fútbol, el cumpleaños multitudinario, el abrazo en el cine, el perreo en la discoteca, la caricia en la mejilla de la abuela.

A todas esas muertes de nuestros rituales y celebraciones; de nuestros enamoramientos, peleas y todo lo que no fue, hay que sumar los cuerpos ya resecos de más de 100,000 muertos. Todo en la misma cuneta, enterraditos con aplausos, rutinas diarias de yoga y healthy food en streaming.

Será normal que nos cueste reírnos de manera natural con todo ese olor a muerte.

Ahí estaremos frente a frente, -qué nervios-  tapándonos la boca con la mano para contener la avalancha; dudando por un momento si estamos  ahí de verdad, otra vez libres de habitar una terraza bajo el sol.

Calma, por algo se empieza. Antes de mover los músculos que usamos para sonreír, la cara debe estar quieta. Neutra.

Beberemos el vermut sin decir nada. No preguntaremos cómo estas, ya lo sabemos. Nunca dejamos de verlo en directo y darle like. No estaremos ahí  para charlar, estaremos ahí para abrazarnos y para reír.

Así que dejaremos que pasen los minutos sin quitarnos los ojos de encima, mientras resbala el alcohol por la garganta y nos afloja. Y después de un par de copas, con el cuerpo relajado, nos sentiremos listos y nos pondremos de pie dispuestos a partirnos de un abrazo.

Abriremos el cuerpo, expandiendo el pecho, como si quisiéramos que el sol nos fusilara.

Y ahí, se aflojarán las comisuras de los labios y, al intentar reírnos, creo que vamos a llorar.