Desde que inicié mi carrera como actor, allá por 2011, fantaseaba con la idea de tener una manager que fuera capaz de ver todo lo que hay en mí como artista. Alguien que acompañara mi andadura actoral, segura de que los pasos que diéramos juntos serían para construir. Y hablo en femenino, porque siempre visualicé a mi representante como una mujer.

Como actor mexicano (latinoamericano, si generalizamos, aunque odie las etiquetas), he aprendido a través de los años y la experiencia profesional, que el terreno que piso en España -donde me he formado y construyo mi carrera en teatro, cine y tv- es frágil. Desafortunadamente, en la ficción que se produce en este país, la presencia de un personaje extranjero suele estar relacionado a algún estereotipo. En mi caso: mafia, violencia, peligro, etc. Y aunque hay cambios pequeños (gracias a la globalización, Netflix, etc.), no dejan de ser lentos. Desacompasados con la vida real.

Confieso que la villanía en la ficción me resulta muy interesante como actor. Pero aún no he tenido la oportunidad de explotar otras facetas como la comedia y el drama, y me siento más que capaz de dar vida a personajes de ese corte. Afortunadamente, en el teatro (menos limitante que la pantalla) he desfogado mis ganas de una buena tragedia (Macario. Muerto de hambre, Acullá. Más allá de aquí) o la comedia más descabellada (Czech dream). No obstante, estas producciones bajo mi sello Ekkyklema Teatrono dejan de ser iniciativa propia. Las ganas del artista.

Pero en ese terreno en el que yo no tengo potestad, el guion de ficción audiovisual, las oportunidades se estrechan. Y el mecanismo es muy sencillo de entender: si no se escribe ficción con personajes de nacionalidades varias, los actores no podemos trabajar. Y ya no hablo solo del guion inclusivo, también se requiere la voluntad de una producción más realista y apegada a la diversidad.

En todo esto, el papel de mi representante es crucial. Si ella confía en mis habilidades (talento, formación continua, disciplina) y es capaz de conseguir las audiciones fueran o no concebidas para un actor con mis características, mis posibilidades crecen. Y si la suerte me acompaña, mi trabajo se multiplica. De lo contrario, sin alguien que de la cara por ti, la invisibilidad es más que probable. Dar la cara, en este caso, no es solo presentarte a las producciones. Es asumir, que en esta aventura, llueva, truene o relampaguee, ella y yo, vamos juntos. Dar la cara conmigo.

Yo, por suerte, puedo anunciar que esa manager y yo nos hemos encontrado. Su nombre, Olga Antúnez.